Leyenda según la Real Academia: Narración popular que cuenta un hecho real o fabuloso adornado con elementos fantásticos o maravillosos del folclore, que en su origen se transmite de forma oral. O composición poética extensa que narra hechos legendarios. En la península se narran varias:
En el lado de nuestro bellísimo Golfo de California existe una Isla llamada San José, y al lado de esta isla se encuentra en una aparente miniatura en un mapa, la Isla de San Francisco, también llamada de San Francisquito; frente a estas dos islas se encuentra Punta Mechudo, lugar ubicado en San Evaristo a unas cuarenta millas de la Bahía de La Paz, y es ahí donde nace la leyenda “El Mechudo” que pertenece a los sudcalifornianos como la península misma, famosa y contada desde siempre, narra como un buceador de perlas se convierte en un ser de largos cabellos que vive en el fondo del mar en una isla muy pequeña; dice así:
“Al norte de La Paz penetra en el mar una península que se llama El Mechudo. El sitio, a fines del siglo, era placer de perlas, y en él se reunían cientos de buzos todos los años. Al final de cada temporada, antes que el frío y los vientos del noreste hicieran imposibles las maniobras de buceo, los pescadores acostumbran sacar una última perla “para la virgen”. En cierta ocasión, un buzo se dispuso a tirarse por última vez al mar. Alguien, advirtiendo el intento, le gritó: ‘No bucees más, ya tenemos la perla de la Virgen’. El pescador, irónico, hizo un gesto de desdén y respondió con burla: ‘Yo no voy por la perla de la Virgen, yo voy a buscar una perla para el diablo. Y se lanzó al agua. Satanás le tomó la palabra y el pescador no reapareció más, ni nunca las olas devolvieron su cadáver. El lugar ahora es tabú y nadie va allá a buscar perlas. Quienes lo han hecho encontraron en el fondo el fantasma del buzo blasfemo, a quien le ha crecido una enorme cabellera y una larga barba. Parece vivo y en sus manos sostiene una enorme concha de madreperla. Es la perla de El Diablo, dicen. Y como el fantasma lleva cabellos largos, se le ha dado el nombre de ``El Mechudo”.
Y es que el mar y sus deslumbrantes bellezas siempre han sido objeto de fascinación y urgencia por obtenerlas, quizás por esto y el peligro que representaba la práctica de obtener las perlas la historia fue inventada, para minimizar los riesgos; o por lo menos es lo que nos dicta la cordura; pero ¿y si no? ¿Si realmente existe tal fantasma que deambula por las corrientes?
Otra leyenda que resuena en la historia de la península es la de los gigantes; los jesuitas y la voz de los ancianos dan cuenta de ello:
En el libro “Historia Natural y Crónica de la Antigua California”, de Miguel del Barco podemos ver que los jesuitas antes de su expulsión de península cuentan cómo supieron de la existencia de gigantes no nativos que venían del norte. El jesuita Miguel del Barco menciona como antecedente el testimonio del misionero de San Ignacio Cadakaamán, el padre Joseph Rothea, quien había encontrado fósiles de huesos de humanos de talla considerable. También relata que, en la misión de San Ignacio, un indígena le contó que cuando era niño había visto un esqueleto humano enorme, que avisó a su padre y que este le confirmó que ya sabían de su existencia. El religioso le pidió al indígena que lo llevara al lugar, en el que se había creado una especie de barranco con la erosión:
“Al desenterrar el enorme cráneo, este se desmoronó, pero sí pudo obtener huesos, dientes y la quijada para llevarlos a la misión, donde los analizó, y con la medida de los huesos, y calculando por la descripción del indio, el esqueleto tenía una altura de más de tres metros”, evidenció, según Ortega Avilés.
Según los ancianos, en tiempos más antiguos “había venido una porción de hombres y mujeres de extraordinaria altura, venían huyendo unos de otros. Parte de ellos tiró por lo largo de la costa del mar del Sur y la otra parte tiró por el áspero. Según los ancianos, ellos eran los autores de dichas pinturas”, dijo, refiriéndose a las pinturas rupestres.
Los mismos ancianos contaban que, aunque ya es imposible saber cuánto medían, y que tal vez la fama haya crecido por el paso del tiempo, se decía que los gigantes eran tan grandes que “cuando pintaban el cielo raso de la cueva estaban tendidos en el suelo de ella y aun así alcanzaban a pintar lo más alto”, dice el investigador.
Sabiendo esto podría verse de otra forma a las pinturas rupestres ¿no? Algo de misticismo y aires de fábula y tradición se respiran en esas cuevas.
Existen muchas otras leyendas urbanas que rondan los saberes: los fantasmas del santuario de La Paz, las ciruelas del Mogote, Niparajá y Tuparam, la del hotel California en Todos Santos , la niña fantasma del teatro de La Paz, la leyenda del tesoro de Pichilingue, la leyenda del cerro de la calavera, entre otros. Y seguramente algo de verdad se encuentra en ellas y algunas otras están naciendo justo en estos momentos; habría que atreverse a investigar un poco más e ir a vivirlas personalmente.